lunes, 30 de agosto de 2010

Pedir Recibir Agradecer Seguir Obedecer Servir

Quiero que en el mensaje de hoy reflexionemos acerca de estas palabras claves en nuestra relación con Dios: Pedir, Recibir, Agradecer, Seguir, Obedecer y Servir.

Lucas 17.11-19: Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros! Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados. Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano. Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero? Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado.


La lepra era una de las enfermedades más temidas de la época. Algunas formas eran extremadamente contagiosas y, en muchos casos, incurables. Y en su peor forma, la lepra llevaba a la muerte.

Muchos leprosos eran forzados a salir de las ciudades a campos de cuarentena o de reclusión.

Es una enfermedad infecciosa, mutilante, deformante y vergonzosa. Comienza con pequeñas manchas en la piel. Luego continúa con la pérdida de toda sensibilidad en los sectores afectados. Pérdida de extremidades y deformaciones.

Había leyes que le impedían acercarse a personas sanas. Solo podían estar a una distancia de cincuenta metros y desde allí hablar. Si alguna persona sana intentaba acercarse ellos tenían la obligación de decir: “soy leproso” y de esta manera prevenir a la persona para que no corra riesgos de contagio. Algunos de ellos se les obligaban a usar una campana que la debían hacer sonar cada vez que se acercaban a alguien.

Esta era la realidad de estos diez hombres.

Estos hombres del relato posiblemente habían escuchado hablar acerca de los milagros que Jesús hacía y pudieron acercarse conforme a la distancia permitida por la ley y desde allí comenzaron a clamar por su sanidad: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!

En otras palabras es como que le dijeran: “Jesús míranos, estamos enfermos, aislados de nuestra familia, muriéndonos de a poco, ten misericordia. ¿Pasarás delante de nosotros sin hacer nada?”

El texto dice que cuando Jesús los vio, les dijo: “Vayan y preséntense ante los sacerdotes.”

Según la ley cuando un leproso se creía sano, tenía que ir a un sacerdote para que lo examinara. Si realmente el sacerdote lo encontraba sano, se ofrecía una ofrenda y luego el que había estado enfermo podía volver con su familia y restablecerse en la sociedad.

Lo interesante es que Jesús los manda a los sacerdotes antes de que sean sanados. Esta orden de Jesús era un poco ilógica. ¿Cómo se van a presentar delante del sacerdote si todavía están enfermos?

Entonces ellos tuvieron que usar la fe para ver el milagro. Dice el texto que mientras ellos iban fueron limpiados de su lepra. Toda su piel les fue restaurada sana.

Lo interesante del relato es que uno de los diez, cuando se dio cuenta de su sanidad regresó y comenzó a dar gloria a Dios con toda su voz, y se postró a los pies de Jesús dándole gracias.

La pregunta de Jesús aún hoy sigue golpeando fuerte: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están?

Muchas veces veo que las estadísticas de la Palabra se dan aún en estos tiempos.

Muchos son los que en momentos de dolor y desesperación buscan la ayuda de Dios. Claman por misericordia. Y muchos son los que reciben la ayuda y experimentan un milagro en su vida.

Pero no muchos son los que regresan para dar gloria a Dios y agradecer lo que ha hecho en sus vidas. Y Jesús sigue preguntando: ¿Dónde están los nueve?

Muchos piden y reciben, no todos regresan para agradecer.

Avancemos un poco más.

Leamos el siguiente pasaje donde el Señor Jesús sana a un ciego llamado Bartimeo.

Marcos 10.51-52: Respondiendo Jesús, le dijo: ¿Qué quieres que te haga? Y el ciego le dijo: Maestro, que recobre la vista. Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Y en seguida recobró la vista, y seguía a Jesús en el camino.

Bartimeo se encuentra con Jesús y Jesús le pregunta: ¿qué quieres que te haga? Bartimeo responde: Señor, quiero recobrar la vista.

Jesús le dice: “Puedes irte, tu fe te ha salvado”, e inmediatamente recobró la vista.

Lo interesante es cómo termina el relato. Dice el texto que luego de ser sanado Bartimeo seguía a Jesús en el camino. El sentido del texto es que Bartimeo comenzó a caminar con Jesús como su discípulo. La palabra griega que se usa en el texto significa seguidor, compañero, discípulo.

Jesús lo sanó y le dio libertad de hacer con su vida lo que quiera. Pero Bartimeo usó su libertad para seguir a Jesús en el camino. Se convirtió en un compañero de Jesús en uno de sus discípulos.

Un discípulo es alguien que quiere ser enseñado, alguien que quiere aprender, alguien que quiere ser como su maestro. Y Bartimeo fue un discípulo de Jesús.

Volviendo a la idea central del mensaje de hoy:

Muchos piden y reciben. No todos regresan para agradecer y dar gloria a Dios por lo que recibieron. Menos aún son aquellos que determinan seguir y transformarse en discípulos de Cristo.

Me lo imagino a Bartimeo sentado en cada lugar donde Jesús enseñaba, me lo imagino entre aquellos que estuvieron cuando Jesús resucitado se despide y asciende a los cielos. Me lo imagino reunido en el aposento alto el día de Pentecostes cuando todos fueron llenados con el Espíritu Santo. Porque Bartimeo siguió y se convirtió en discípulo.

Hay bendiciones que solo están reservadas para los discípulos, para los que siguen. La bendición de la salvación, la bendición del compañerismo con Cristo, la promesa de la vida eterna donde Jesús dijo: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”. (Juan 14.2-3)

Sigamos profundizando.

Deuteronomio 28.2 NVI: Si obedeces al Señor tu Dios, todas estas bendiciones vendrán sobre ti y te acompañarán siempre…

Muchos piden y reciben. No todos agradecen y dan gloria a Dios por lo que recibieron. Pero ¿Cuántos siguen y obedecen?

Estas bendiciones prometidas en Deuteronomio 28 no están al alcance del que pide sino del que obedece.

Deuteronomio 30.9-10 NVI: Entonces el Señor tu Dios te bendecirá con mucha prosperidad en todo el trabajo de tus manos y en el fruto de tu vientre, en las crías de tu ganado y en las cosechas de tus campos. El Señor se complacerá de nuevo en tu bienestar, así como se deleitó en la prosperidad de tus antepasados, siempre y cuando obedezcas al Señor tu Dios y cumplas sus mandamientos y preceptos, escritos en este libro de la ley, y te vuelvas al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma.

Ahora veamos este texto de Juan.

1 Juan 3.22: Y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él.

La idea del texto es que cuando caminamos en obediencia, nuestro Dios no nos va a negar nada que sea bueno para nuestras vidas.

Aquí es como que volvemos al principio. Volvemos a pedir. Pero es un pedir diferente porque estamos en otro nivel, ya no pedimos lo mismo que al principio, ya experimentamos el poder de Dios, hemos avanzado, somos discípulos, determinamos caminar en obediencia y vivir una vida agradable delante de Dios. Entonces estamos preparados para pedir y recibir bendiciones mayores.

Es como que la obediencia me posiciona en un lugar donde las bendiciones que puedo recibir son ilimitadas.

¿Cuántos quieren recibir BENDICIONES ILIMITADAS?

Nos falta una palabra. La palabra Servir.

Lucas 8.1-3: Aconteció después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él, y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Chuza intendente de Herodes, y Susana, y otras muchas que le servían de sus bienes.

Estas mujeres determinaron servir a Jesús con lo que tenían. En este caso se menciona que servían con sus bienes, aportando recursos.

Me gusta la versión DHH que dice: “y muchas otras que los ayudaban con lo que tenían.”

Es usar lo que tengo para servir en el reino de Dios, para ayudar a que otros puedan también experimentar el amor transformador de nuestro Señor Jesucristo.

Usar parte de mi tiempo, mis dones, mis talentos, lo que tengo para servir al Señor.

Y ese es un nivel superior.

Juan 15.15: Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos…

La bendición de un siervo es que termina convirtiéndose en amigo de Dios. Comienza a ser considerado por el mismo Señor “su amigo”. La palabra es mucho más profunda: es ser amado, ser querido.

Juan 12.26b: … Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará.

La palabra griega para honra en este texto es timáo y significa: premio, valoración, atención, aprecio.

Para terminar: ¡Qué bueno es transitar por este camino de la fe! ¡Por este camino que nos permite crecer en nuestra relación con Dios! Donde al avanzar nos convertimos en sus discípulos al seguirle, donde decidimos vivir una vida de obediencia y una vida que le agrade, donde las bendiciones son ilimitadas y donde empezamos a servir con lo que tenemos y comenzamos a ser considerados por Jesús como sus amigos. ¿Qué mayor honor y reconocimiento que ese?

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